En los jardines de la escuela Luis Undurraga, en la comuna de Talagante, un abono especial nutre las plantas, mientras los niños aprenden a cultivar especies nativas y a comprender el valor del reciclaje. Se trata de compost, un abono natural que mejora suelos, ayuda al crecimiento de alimentos, flores y plantas, además de ayudar a reducir la cantidad de basura.
Aunque el compost ya es conocido por muchos, especialmente entre quienes lo preparan de manera doméstica, el origen de este, en especial, es un ejemplo de innovación. Proviene del llamado “lodo papelero”, un residuo de la industria que, en lugar de ser desechado, tiene una segunda vida gracias a un proceso implementado en una planta de esa comuna.
La iniciativa es parte de un programa más amplio. Durante los últimos tres meses, la empresa Softys, que opera en el sector, ha transformado 1.150 toneladas de lodos papeleros al mes en 460 toneladas de compost de alta calidad.
Las 690 toneladas restantes se convierten en vapor de agua y dióxido de carbono. La empresa espera replicar esta iniciativa en otras escuelas, liceos y comunidades del sector.
El lodo papelero es el material residual de la producción de papel, que incluye fibras de celulosa, cenizas y otros restos del proceso. Su transformación es un pilar fundamental del compromiso de la compañía, que busca reducir a cero los residuos enviados a relleno sanitario. Este objetivo ya se ha alcanzado en 11 de sus plantas, logrando un cambio significativo en la gestión de desechos.
La historia del compost en la escuela Luis Undurraga es un ejemplo concreto de cómo los residuos industriales pueden convertirse en un recurso para la educación y el medio ambiente.
El proyecto muestra la conexión entre la producción y las comunidades, impulsando la economía circular. El desafío ahora es ver si este modelo, que convierte un desecho en una herramienta pedagógica, puede extenderse a una mayor escala y con el apoyo de una coordinación público-privada.